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martes, 23 de junio de 2015

Oldboy

Hace unos dias pude por fin ver uno de los que ya se habla como clasicos modernos del cine, una de las mejores historias sobre la venganza y la violencia jamás escritas, elogiada por los críticos de todo el mundo pero, aun así, no muy conocida por el gran publico en general por dos motivos: porque ya tiene más de 10 añitos y porque es coreana. ¡Pero eso se acabo, oh si! ¡Lejos quedan ya esos diez años en los que solo los hipster se autocomplacian hablando entre ellos en susurros sobre esta obra maestra, hemos conseguido que el cine coreano sea ya mainstream! ¿Cómo, diréis? ¡Muy fácil! Hollywood, en su infatigable busca de material original del que poder exprimir hasta la ultima gota de energía vital puso el punto de mira en Oldboy y, solo diez años después nos trajo… UN REMAKE.

Pero no pienso hablaros del infame remake hollywoodiense, ni de coña, vamos, voy a hablaros de Oldboy, simplemente os voy a adelantar algo de contexto para dos escenas que pretendo poner al final de la entrada, en la que veréis que como puede destrozarse algo simplemente trastocando el enfoque. Ahora si, hablemos de Oldboy. Entre las capas y capas de sarcasmo del párrafo anterior si que hay una verdad: Oldboy es una obra de culto sobre la violencia, al igual que Drive,  que hasta no hace mucho solo conocían los “cinéfilos” (y hipsters cuyo ego se media por cuan larga era su videoteca de cine iraní) y puso a Chan Wok Park y su Trilogia de la Venganza en escena en occidente; hace poco ha dirigido Stoker, su primer trabajo puramente “occidental”, pero me parece que no con mucho éxito.


El estilo de Chan Wok Park es muy característico y es lo que diría que le ha mantenido durante muchos años en el casi anonimato, y es que mas que característico podría decir que su estilo es desagradable. Sus tramas se cuecen a fuego lento, se recrea en la violencia cruda, y lo enfermizo, es frio y con un sentido del humor muy negro; su fotografia muchas veces son preciosistas y con mucho cuidado por la composición lo que, unido a la largas que son algunas tomas, hace que el tratamiento por la violencia sea aun mas crudo y distante. Oldboy es el mejor ejemplo de esta estética y este tratamiento, solo desde la premisa se nota que es hija de un asiático perturbado.

Definición gráfica

Oldboy empieza in media res, con nuestro protagonista en una azotea sujetando por la corbata a un hombre en el vacio. Bam, la primera en la boca. En ese momento comenzamos a conocer la historia de Dae-Su, un hombre de negocios y padre de familia que, una noche, es secuestrado y mantenido cautivo durante 15 años en una habitación con una televisión como única compañía. Cuando consigue escapar de ahí solo tendrá en mente un objetivo: vengarse. Pero esto no será tan sencillo, pues algo muy extraño se va filtrando conforme avanza la película…

Si la premisa hubiera acabado sin venganza este podria haber sido Oldboy


Con esta sinopsis uno podría pensar en una aproximación de El conde de Montecristo a los tiempos modernos más visceral y mas… china en el mejor de los casos, o a las típicas películas de venganza y acción de la misma escuela que John Wick (aunque ya quisieran tener la mitad de estas pelis el cuidado de John Wick. Sin embargo, Oldboy es una película muy suya, muy personal y, hasta cierto punto, muy original. La historia nunca es lo que parece, siempre tiene un giro de tuerca más que darle a la formula, volviéndose conforme pasa el tiempo más cruda, mas enfermiza, más confusa y mas desagradable. Os aseguro que es una película que una vez vista no produce el mismo impacto por segunda vez, en ese aspecto es un poco como El sexto sentido, o Seven: hay un infierno muy particular para gente que spoilea películas de este estilo, un infierno sin wifi, por ejemplo.


Dae-su, que por pura desesperación termino imitando todo lo que veía en la tele, incluido boxeo y películas, tras 15 años de cautiverio y riguroso entrenamiento ha salido a la calle convertido en un autista sociópata violento y sanguinario cegado por la ira. Y he de confesar, aunque eso me convierta en un psicópata, que es lo mas disfrutable de la película. Es tan bestia y tan hijo de puta que resulta hasta entrañable. Ademas, la interpretación de lunático que se marca Chin-Mik Suk no tiene desperdicio, es un monstruo.

Sin embargo, os voy a confesar que en Oldboy no he visto esa gran obra maestra de la que todo el mundo habla. No me malinterpretéis, veo todas sus cualidades, veo el exquisito y visceral tratamiento de la violencia y sus consecuencias, veo la calidad de sus planos secuencia, que son espectaculares y veo el excelente trabajo de guion que tiene. Pero también veo lo extremadamente asiática que es para todo, para los diálogos, para el desarrollo de la trama, para el tratamiento de sus personajes y por el ritmo tan exasperantemente lento que tiene a veces y lo confuso que resulta en otras. Los diálogos no sé hasta qué punto tiene la culpa la película, tal vez sea solo una mala traducción que les hace sonar como autista. Pero hay algunos personajes que tienen el síndrome Death Note, no son personajes, son angeles caidos, que caen mal por lo exageradamente pomposos que son; aunque si disfrutas del anime y sus cliches muy seguramente esto ultimo no resulte incomodo para ti.

Me van a matar a dislaiks por el comentario a Death Note



Como conclusión os voy a mostrar la misma escena, una pertenece a la película original y otra al remake. Es exactamente la misma escena, probablemente la más famosa de toda la cinta y la que queda en la retina una vez terminada. Sed libres de verla, no contiene ningún spoiler de la trama. Solo quiero que veais cuan fácil es coger una película y, sin ningun escrúpulo, arrancarle de cuajo toda su personalidad para reducirla al producto descafeinado con que disfruta de tomarnos el pelo todos los veranos.

Original

Americanada

miércoles, 17 de junio de 2015

El Colombre

Fort Vimieux - William Turner, 1845
Hace poco os traje uno de mis poemas favoritos, porque si, porque ese día me dio por ahí, me encontraba particularmente sensible y con ganas de escribir unas palabras sobre lo que me hacia sentir una de las mejores piezas que he leído. Hoy me encuentro en un estado de animo similar y, si bien no os traigo un poema, os traigo otra obra que me fascino en el momento en que la escuche por primera vez. Solo para empezar, Dino Buzzati es un escritor italiano de cuentos maravillosos, todos ellos enmarcados en una especie de fantasía y realismo fabuloso, mas parecidos a alegorías o leyendas que a relatos formales. Al igual que Ithaca, El colombre, una pieza mas larga, también puede interpretarse de muchas formas y todas y cada una de ellas sera la correcta, por que el colombre, la bestia como tal y no el relato, al igual que Itaca, refleja muchos de nuestros anhelos mas profundos. Hoy, acompañando al relato, os traigo, ademas de un cuadro, una música acorde a la obra, que sois libres de poner; esta pieza de Vangelis es una de las que, para mi, mejor reflejan aquellos misterios submarinos que dotan de una singular belleza al océano. 


El Colombre

Cuando Stefano Roi cumplió los doce años, pidió como regalo a su padre, capitán de barco y patrón de un bonito velero, que lo llevase consigo a bordo.
-Cuando sea mayor -dijo-, quiero navegar por los mares como tú. Y mandaré barcos todavía más bonitos y grandes que el tuyo.

-Dios te bendiga, hijo mío -respondió su padre. Y como justamente aquel día su carguero debía partir, se llevó al chico consigo.

Era un espléndido día de sol; el mar estaba tranquilo. Stefano, que nunca había subido al barco, paseaba feliz por cubierta admirando las complicadas maniobras del aparejo. Y preguntaba esto y lo otro a los marineros, que, sonriendo, se lo explicaban todo.

Cuando fue a parar a la toldilla, el chico, picado por la curiosidad, se detuvo a observar una cosa que salía intermitentemente a la superficie a una distancia de unos doscientos o trescientos metros, allí donde estaba la estela de la nave.

Aunque el carguero volara ya, empujado por un magnífico viento de popa, aquella cosa mantenía siempre la misma distancia. Y, aunque él no comprendía su naturaleza, tenía algo indefinible que lo atraía intensamente.

Al dejar de ver a Stefano por allí, su padre, después de haberlo llamado a grandes voces en vano, abandonó el puente y fue a buscarlo.

-Stefano, ¿qué haces ahí plantado? -le preguntó al verlo finalmente en la popa, de pie, absorto en las olas.

-Ven a ver, papá.

El padre acudió y miró también en la dirección que le indicaba el muchacho, pero no alcanzó a ver nada.

-Es una cosa oscura que asoma cada tanto de la estela -dijo-, y que nos sigue.

-A pesar de mis cuarenta años -dijo su padre-, creo tener todavía buena vista. Pero no veo nada en absoluto.

Como su hijo insistiera, fue en busca del catalejo y exploró la superficie del mar allí donde estaba la estela. Stefano lo vio ponerse pálido.

-¿Qué es? ¿Por qué pones esa cara?

-Ojalá no te hubiera escuchado -exclamó el capitán-. Ahora temo por ti. Eso que has visto asomar de las aguas y que nos sigue no es una cosa. Es un colombre. Es el pez que los marineros temen más que ningún otro en todos los mares del mundo. Es un escualo terrible y misterioso, más astuto que el hombre. Por motivos que quizá nunca nadie sabrá, escoge a su víctima y, una vez que lo ha hecho, la sigue años y años, la vida entera, hasta que consigue devorarla. Y lo más curioso es esto: que nadie puede verlo si no es la propia víctima y las personas de su misma sangre.

-¿Y no es una leyenda?

-No. Yo nunca lo había visto. Pero como lo he oído describir tantas veces, en seguida lo he reconocido. Ese hocico de bisonte, esa boca que se abre y se cierra sin cesar, esos dientes espantosos... Stefano, no hay duda, desgraciadamente el colombre te ha elegido y mientras andes por el mar no te dará tregua. Escucha: vamos a volver ahora mismo a tierra, tú desembarcarás y nunca más te separarás de la orilla por ningún motivo. Tienes que prometérmelo. El trabajo del mar no es para ti, hijo mío. Tienes que resignarte. Por otra parte, en tierra también podrás hacer fortuna.

Dicho esto, hizo invertir el rumbo inmediatamente, volvió a puerto y, con el pretexto de una inesperada indisposición, desembarcó a su hijo. Luego volvió a partir sin él.

Profundamente agitado, el muchacho permaneció en la orilla hasta que la última punta de la arboladura se sumergió detrás del horizonte. Más allá del muelle que cerraba el puerto, el mar quedó completamente desierto. Pero, aguzando la vista, Stefano alcanzó a distinguir un puntito negro que aparecía intermitentemente sobre las aguas: era «su» colombre, que iba lentamente de aquí para allá, empeñado en esperarlo.

*

Desde entonces se emplearon todos los recursos posibles para alejar al muchacho del deseo del mar. Su padre lo mandó a estudiar a una ciudad del interior distante centenares de kilómetros. Y durante algún tiempo, distraído por su nuevo ambiente, Stefano dejó de pensar en el monstruo marino. Sin embargo, cuando en las vacaciones de verano volvió a casa, lo primero que hizo en cuanto dispuso de un minuto libre fue apresurarse a ir a la punta del muelle para hacer una especie de comprobación aunque en el fondo lo considerase superfluo. Aun admitiendo que toda la historia que le contara su padre fuera verdadera, después de tanto tiempo el colombre sin duda habría renunciado a su asedio.

Pero Stefano se quedó allí parado, con el corazón desbocado. A unos doscientos o trescientos metros del muelle, en mar abierto, el siniestro pez iba arriba y abajo con lentitud, sacando de cuando en cuando el hocico del agua y volviéndolo hacia tierra, como si mirase ansiosamente si Stefano Roi aparecía por fin.

De esta suerte, la idea de aquella criatura enemiga que lo esperaba noche y día se convirtió para Stefano en una secreta obsesión. E incluso en la lejana ciudad le ocurría despertarse en plena noche víctima de la inquietud. Estaba a salvo, sí, centenares de kilómetros lo separaban del colombre. Sin embargo, sabía que más allá de las montañas, más allá de los bosques, más allá de las llanuras, el escualo lo aguardaba. Y que, aunque se trasladara al continente más remoto, el colombre se apostaría en el espejo del mar más cercano con la inexorable obstinación de los instrumentos del destino.

Stefano, que era un muchacho serio y diligente, continuó sus estudios con provecho y apenas fue un hombre encontró un empleo digno y bien remunerado en un almacén de la ciudad. Mientras tanto, su padre murió víctima de una enfermedad. Su viuda vendió su magnífico velero y el hijo se halló en posesión de una discreta fortuna. El trabajo, las amistades, las distracciones, los primeros amores: ahora Stefano se había hecho ya su vida, pero, a pesar de todo, el pensamiento del colombre lo perseguía como un espejismo a la vez funesto y fascinante; y, con el paso de los días, en vez de desvanecerse, parecía hacerse más insistente.

Grandes son las satisfacciones de la vida laboriosa, holgada y tranquila, pero aún mayor es la atracción del abismo. Apenas había cumplido Stefano veintidós años cuando, tras despedirse de sus amigos y abandonar su empleo, volvió a su ciudad natal y comunicó a su madre su firme intención de seguir el oficio paterno. La mujer, a quien Stefano jamás había hecho mención del misterioso escualo, acogió con júbilo su decisión. En el fondo de su corazón, que su hijo hubiera abandonado el mar por la ciudad siempre le había parecido una puñalada a las tradiciones de la familia.

Y Stefano comenzó a navegar, dando prueba de dotes marineras, de resistencia a las fatigas, de ánimo intrépido. Navegaba, navegaba y en la estela de su carguero, de día y de noche, con bonanza y con tempestad, se afanaba el colombre. Él sabía que aquella era su maldición y su condena, pero quizá por eso mismo no tenía fuerzas para apartarse de ella. Y a bordo nadie veía el monstruo excepto él.

-¿No ven nada por allí? -preguntaba de cuando en cuando a sus compañeros señalando la estela.

-No, no vemos nada. ¿Por qué?

-No sé. Me parecía...

-¿No habrás visto por casualidad un colombre? -decían ellos entre risas al tiempo que tocaban madera.

-¿De qué se ríen? ¿Por qué tocaban madera?

-Porque el colombre no perdona. Y si se pusiera a seguir a esta nave, eso querría decir que uno de nosotros estaba perdido.

Pero Stefano no cedía. La constante amenaza que iba en pos de él parecía más bien multiplicar su voluntad, su pasión por el mar, su arrojo en los momentos de fatiga y peligro.

Una vez se sintió dueño del oficio, con el pequeño caudal que le había dejado su padre adquirió junto con un socio un pequeño vapor de carga, luego se hizo su único propietario y, gracias a una serie de travesías afortunadas, pudo a continuación comprar un verdadero buque mercante y apuntar a metas cada vez más ambiciosas. Pero los éxitos, los millones, no conseguían apartar de su ánimo aquel continuo tormento; y nunca, por otra parte, se le pasó por la cabeza vender y retirarse a tierra para emprender negocios distintos.

Navegar, navegar, ese era su único afán. Apenas ponía pie en cualquier puerto después de largas travesías, en seguida lo espoleaba la impaciencia por partir. Sabía que allá lo esperaba el colombre y que el colombre era sinónimo de perdición. Era inútil. Un impulso indomable lo arrastraba de un océano a otro sin descanso.

*

Hasta que de pronto un día Stefano reparó en que se había hecho viejo, viejísimo; y ninguno de los que lo rodeaban sabía explicarse por qué, siendo rico como era, no dejaba por fin la azarosa vida del mar. Viejo, y amargamente infeliz, porque toda su existencia se había gastado en aquella especie de loca fuga a través de los mares para escapar de su enemigo. Pero para él siempre había sido más fuerte que la dicha de una vida holgada y tranquila la tentación del abismo.

Y una tarde, mientras su magnífica nave se hallaba fondeada frente al puerto donde había nacido, se sintió próximo a morir. Entonces llamó a su segundo oficial, en quien tenía mucha confianza, y le instó a que no se opusiera a lo que pensaba hacer. El otro se lo prometió por su honor.

Una vez seguro de esto, Stefano reveló al segundo oficial, que lo escuchaba turbado, la historia del colombre que durante casi cincuenta años lo había seguido sin cesar inútilmente.

-Me ha seguido de un confín a otro del mundo -dijo- con una fidelidad que ni el amigo más noble habría podido mostrar. Ahora me voy a morir. También él, ahora, estará terriblemente viejo y cansado. No puedo traicionarlo.

Dicho esto, se despidió, hizo arriar un bote y, después de hacer que le dieran un arpón, partió.

-Ahora voy a su encuentro -anunció-. Es justo que no lo defraude. Pero lucharé con las fuerzas que me quedan.

Con débiles golpes de remo se alejó del barco. Oficiales y marineros lo vieron desaparecer a lo lejos, sobre el plácido mar, envuelto en las sombras de la noche. En el cielo, como una hoz, lucía la luna.

No tuvo que esforzarse mucho. Súbitamente, el horrible hocico del colombre emergió al lado de la barca.

-Aquí me tienes por fin -dijo Stefano-. ¡Ahora es cosa nuestra!

Y, reuniendo sus últimas energías, levantó el arpón para lanzarlo.

-Ah -se quejó con voz suplicante el colombre-, qué largo camino hasta encontrarte. También yo estoy destrozado por la fatiga. Cuánto me has hecho nadar. Y tú huías, huías. Y nunca has comprendido nada.

-¿Por qué? -dijo Stefano picado en su orgullo.

-Porque no te he seguido por todo el mundo para devorarte, como tú pensabas. El único encargo que me dio el rey del mar fue entregarte esto.

Y el escualo sacó la lengua, tendiendo al viejo capitán una esfera fosforescente.

Stefano la cogió entre los dedos y miró. Era una perla de tamaño desmesurado. Reconoció en ella la famosa Perla del Mar que procura a quien la posee fortuna, poder, amor y paz de espíritu. Pero ahora era ya demasiado tarde.

-Ay de mí -dijo meneando tristemente la cabeza-. Qué horrible malentendido. Lo único que he conseguido es desperdiciar mi existencia; y he arruinado la tuya.

-Adiós, hombre infeliz -respondió el colombre. Y se sumergió en las aguas negras para siempre.

*

Dos meses más tarde, empujado por la resaca, un bote arribó a una áspera escollera. Fue avistado por algunos pescadores que, movidos por la curiosidad, se acercaron. En el bote, todavía sentado, había un blanco esqueleto; y, entre sus dedos descarnados, sujetaba un pequeño guijarro redondo.

El colombre es un pez de grandes dimensiones, espantoso a la vista, sumamente raro. Dependiendo de los mares y de los pueblos que habitan las orillas, recibe también el nombre de kolomber, kahloubrha, kalonga, kalu-balu, chalung-gra. Curiosamente, los naturalistas desconocen su existencia. Hay quien sostiene que no existe.

martes, 16 de junio de 2015

Rafael Sanchez Ferlosio - Industrias y andanzas de Alfanhui

Autor: Rafael Sanchez Ferlosio
Titulo: Industrias y Andanzas de Alfanhui
Idioma original: Español
Publicación: 1951
Edición: Austral
Recomendación: ??/10








Ultimamente estoy teniendo un ojo nefasto para los libros, es por eso que hace ya mas de un mes que no cuelgo una reseña nueva, me ha costado horrores terminan estos dos últimos libros, y no porque sean malos, no, no, es básicamente porque ando con el criterio completamente atrofiado. En fechas tan problematicas en la que la mayor parte de las neuronas están centradas en memorizar conceptos y nombres el cuerpo pide algo de literatura evasiva, no a puto Sanchez Ferlosio: es tirarse piedras a tu propio tejado. Probablemente para aquellos que hayan cursado la selectividad este nombre aun les suene de historia de la literatura, antes de que pase junto a muchos otros a ese profundo pozo de abandono del que ni los Premios Cervantes son capaces de rescatar. Rafael Sanchez Ferlosio es una de las figuras principales en la literatura de la posguerra, una etapa muy oscura donde los grandes escritores que habíamos tenido hasta el momento o estaban muertos, o estaban en el exilio. Escritor y periodista, su obra narrativa no fue muy extensa, pero si muy influyente por su temática social en una época en la que ponerse social era una invitación a que los grises la partieran las piernas a tu perro; su obra más conocida es El Jarama, donde la acción es apenas inexistente y únicamente se concibe como un ejercicio estilístico de muy pocos recursos para retratar la sociedad española de los 50. Ya desde el vamos podemos ver que Ferlosio no es un escritor interesante de puertas para fuera, casi podría decirse que es muy inaccesible. Y es por esto que yo soy gilipollas.

MUY gilipollas

Sin embargo, la novela que os traigo hoy es una rara avis tanto para su autor como para la literatura española. Alfanhui no es una novela social, ni realista, Alfanhui es una novela inclasificable que si pudiéramos acotar estaría más cerca del genero fantastico y la fabula que de la novela tradicional castellana. Algunos la clasifican como la primera manifestación del realismo mágico, y curiosamente fuera de América, en la madre patria, ni más ni menos. Y como ya os dije en la reseña de Merlin y familia, ejemplos de este tipo de novela en nuestra historia se pueden contar con los dedos de una mano. Pero, ¿de qué va Alfanhui, entonces?

Alfanhui nos cuenta el viaje iniciático de nuestro joven protagonista de nombre raruno que, siguiendo la tradición picaresca muy española, irá cambiando de amo y pateándose los caminos para terminar convirtiéndose en un hombre de provecho. Pero la España que recorrerá Alfanhui será una España fabulosa, donde lo fantástico se mezcla con lo real sin que los personajes lo conciban como algo mágico, si no como algo real, siguiendo la estela de autores como Alejo Carpentier o Garcia Marquéz, pero mucho más fantasioso. Por ejemplo, aquí podremos ver castaños luminiscentes, arañas-cangrejo que depende del alimento que ingieran darán distintos tintes, hombres-espantapajaros que se deshacen al agitarlos, serpientes de metal que cobran vida y mujeres que con el calor febril podrán incubar huevos de aves.

Y ahora solo falta escribir...

A priori Alfanhui puede parecer una novela muy amena y divertida, sobre todo porque no tiene ni 130 páginas. Pero no os dejéis engañar, no es tan fácil. Para empezar, el lenguaje entre rustico y sencillo de Ferlosio, unido a su creatividad desbordante me han hecho imposible entrar en el juego, sencillamente me perdía, no podía seguirle el ritmo. Confieso que los capítulos breves y lo lineal de la historia, que se resume en Alfanhui va a tal lugar conoce a tal personaje, hace cosas y se va a otro lugar, ayudaban a que no lo abandonara, pero en ningún momento he sentido estar pendiente del todo de la lectura, y sé que el grueso de la obra lo he ido perdiendo por el camino. Lo que si le reconozco a Ferlosio es su creatividad e inventiva, su imaginación es endiabladamente hermosa, haciendo un retrato de la España más mágica y fabulosa, una España sacada de los cuentos de brujas que se contaban en los pueblos, donde podía ocurrir cualquier cosas y era lo más normal del mundo. Esta es la mejor cualidad que le veo a la novela, todo lo demás, personajes, estilo, trama… me ha resultado indiferente en el peor de los sentidos, y sé que es estrictamente culpa mía; no tenía la cabeza para aguantar una lectura así, y no me atrevo a juzgar el libro con dureza por este motivo.



Como conclusión podría decir que no recomiendo esta novela a cualquiera, por lo menos no si buscáis entretenimiento en el genero de fantasía, porque esto no se parece a nada de eso. Lo único que podría recomendar para su lectura es lo anecdotico de su existencia en una literatura realista y costumbrista como es la nuestra; es una obra sugestiva en el momento en que se lee, pero dudo que deje un recuerdo en alguien a nivel de historias o personajes. Salvo Alfanhui… porque su nombre está en el titulo.

martes, 9 de junio de 2015

Arrietty y el mundo de los diminutos

Cuando acabe de leer la premisa de esta película, asi, a lo tonto, me di cuenta que dentro de lo que sería el género de la fantasía, en mayúsculas, las historias cuya premisa se basa en una sociedad en miniatura que se convierte en el centro absoluto de la aventura debería considerarse como un sub-genero en sí mismo. Si nos ponemos clásicos y pedantuchos –ñañaña- podríamos decir que el primero en hacer esto fue Jonathan Swift en sus viajes de Guilliver allá por el siglo XVIII; si queréis quitar lo pedante a esta referencia solo tenéis que iros a la adaptación cinematográfica de la misma por Jack Black. Aterradora. Centrémonos únicamente en el cine, donde sí que podemos mencionar chorromil premisas casi idénticas: Ant Bully, Arthur y los Minimoys y sus dos secuelas, Epic, y por supuesto, la que tenemos hoy, Arrietty y el mundo de los diminutos que, confesare, de todas las aquí citadas, es la única que tiene calidad a mi parecer; salvando la novela de Swift, claro. A Jack Black que le jodan.


Arrietty y el mundo de los diminutos es un filme del estudio Ghibli, el afamado estudio de animación japonés que conoceréis por lo poco que me falto en esta entrada para comerle la… ¡Sin embargo! Esta tampoco es una película de Miyazaki, y no sé por qué no reseño alguna de Miyazaki, la verdad, porque me he visto todas. Cobardía, seguramente. Como iba diciendo, esta película, opera prima del jovencísimo director Hiromasa Yonebayashi (escrito de memoria, eh), es una adaptación de la novela fantástica Los incursores de la autora británica Mary Norton. Desconozco por completo cuan fiel es la película a la novela porque ni siquiera conocía que existieran mas novelas de este estilo, aparte de Arthur y los Minimoys; pero conociendo que Miyazaki se paso a la torera el libro del castillo ambulante y que Takahata le cambio el final a Kaguya, me imagino que el estudio también hará interpretaciones muy libres de las adaptaciones. Tampoco es que esto lo considere un defecto,  he tenido que buscar el nombre de la novela en la Wikipedia. Y ahora, hablemos de Arriety.

¿No os recuerda esto a Attack on titans? 

Bajo una casa de campo a las afueras de Tokio,  una familia de diminutos humanos del tamaño de muñequitas viven realizando incursiones nocturnas para aprovisionarse de víveres y materiales, siempre alerta para no ser descubiertos por los habitantes de la casa. Arriety, la hija del matrimonio, llena de vida y energía,  es vista en su primera incursión por el nuevo habitante de la casa, un niño enfermizo que, para su sorpresa, intentara comunicarse con ella por todos los medios posibles. A medida que se cimenta esta nueva amistad la existencia de los diminutos será amenazada.

Cuando alguien me pregunta cual es mejor, si la animación japonesa o la americana, siempre le pongo el ejemplo de Arrietty. No es fácil hacer una comparativa de dos estilos tan diferentes y de dos formas tan distintas de ver el arte de contar historias, pero con Arrietty se puede observar claramente donde está la diferencias de estilos; por desgracia, el ejemplo que voy a poner contiene un pequeño spoiler, así que si no has visto la película deja de leer ¡¡¡¡¡AQUÍ!!!!!!! (seleccionad la parte del texto oculta en fondo blanco)

MIRAD AL KOALA, SOLO MIRAD AL KOALA

En el último tercio de la película, la madre de Arrietty es capturada por la sirvienta de la casa, y la misión de nuestros dos protagonistas es rescatarla. Este suceso es previsible, durante toda la película sabes que va a ocurrir de un momento a otro pero, sin embargo, en Arrietty esto ocurre casi al terminar la película, mejor dicho, tras terminar el rescate solo quedan 10 minutos para los créditos. Si esta hubiera sido una película de Disney o Dreamworks, este suceso hubiera sido el gran giro y la trama giraría en torno al rescate, mientras que en Arrietty se ha ido construyendo en torno a la relación entre los personajes. Amparándose en que es una historia para niños, la animación occidental maneja la trama con mucha más acción y conflicto, mientras que la japonesa opta mas por un ritmo más reposado para poder desarrollar los personajes y deslumbrar con la animación: es imposible hacer una comparativa cualitativa con estilos tan diferentes.

Arriety es, dentro de lo que sería el estudio Ghibli, una obra destacable pero no muy citada, el motivo para mi es completamente desconocido. No es una película perfecta, no es de Miyazaki ni de Takahata, pero tiene el sello Ghibli: es emotiva, sus personajes son entrañables, la animación es vibrante, colorista y alegre, la historia es sencilla, infantil, pero con complejos mensajes. Si hay algo que me gusta de esta película son los personajes, porque es de las pocas películas en que los personajes infantiles están bien escritos y desarrollados, en ningún momento su comportamiento resulta forzado ni artificial, y la relación se desgrana con muy pequeños momentos hasta el final, hay muchísimo conflicto entre Arriety y el joven chico, intentos de comprenderse, diferencias, y todo ello contado, como digo, con una naturalidad pasmosa. Chocan algunos diálogos, pero creo que es mas por la traducción o por diferencias culturales, pero cualquiera que haya visto una peli japonesa sabrá que o los japoneses hablan raro, o nosotros jamás lograremos traducirlos sin que algo dentro de mi chirrié. Tal vez el chico es el que se note algo forzado pero se debe más a la enfermedad que arrastra consigo, que le hace ser particularmente taciturno en su forma de hablar, sin nunca perder la sonrisa forzada.

nuestro protagonista en plena posición contemplativa made in Murakami

Poco más puedo añadir a lo que trama se refiere tras la sinopsis y el spoiler, solamente decir que tiene un ritmo algo más acelerado que en el resto de películas del estudio, pero aun así con momentos contemplativos en donde solo hay animación y música, pura animación y pura música: el gran sello. Y esos son los momentos en los que más disfruto, en los que uno puede relajarse y observar. En ciertos aspectos, Arriety es una película de métodos silenciosos. Como tal, no tiene mucho con lo que destacar, y es probable que no sea la favorita de muchas. Sin embargo, cuando vemos cualquier otra película de animación del estilo y la comparamos con Arriety, es cuando de verdad se aprecia la calidad que tiene.


No, en serio, reseño algo de Miyazaki ya. ¿No?

domingo, 7 de junio de 2015

Paseando a Miss Daisy

Mi amor por el cine no se limita únicamente a ver películas, también me intereso mucho por el mundo de la critica cinematografía y el cine a nivel técnico, el lenguaje cinematograficos, que planos y juego de camaras hacen que una escena sea objetivamente mejor que otra, aun pudiendo ser una escena similar. Tal vez esa sea la palabra: me gusta ver que es lo que hace una película objetivamente buena, y eso es algo de lo que intento transmitir en cada una de mis reseñas. Hay un recurso muy habitual que me resulta odioso en un debate, y es el de la gente que resume cualquier manifestación artística como un concepto únicamente subjetivo. Si eso fuera así de facil, la mitad de las exposiciones del Guggenheim no tendrían sentido, muchas de las obras ahí expuestas son incomprensibles para los legos en el mejor de los casos y cuatro putos palos mal puestos que hasta mi sobrino el tonto sería capaz de hacer en una tarde (con perdón de mi sobrino, el tonto).  O no, que también pueden existir aquellos que esos palos categóricamente colocados se despierten en su interior comprensión de la totalidad del universo y la expresión de la naturaleza humana, o la intervención capitalista en la guerra del Kosovo: que se yo. Pero en realidad, ese es el punto, el gusto es completamente subjetivo, es lo que hace que nos atraiga o nos repela un cuadro, un libro, una película; pero la calidad es algo objetivo, y esta no está subordinada al gusto, o no totalmente, si no somos tan estrictos. Pues, si esto fuese así, el oficio de crítico sería absurdo, y si hay alguien que piense esto porque según la crítica especializada X libro o X película es mala, que sepa que es solo frustración infantil, y siento ser yo quien se lo diga.

¿Por qué os largo, de nuevo esta sarta de chorradas, me diréis, porque divagas tanto, Julio? Pues porque, efectivamente, cobro por palabras. Toda esta reflexión me vino tras ver el título que hoy os traigo aquí: Paseando a Miss Daisy, famoso  por ser uno de los Oscars a mejor película mas sobrevalorados de la historia, junto a otros títulos tales como Bailando con Lobos, Shakespeare in Love o En Tierra Hostil. Ya hable en otra entrada sobrela “objetividad” del jurado del que se compone la academia, y nunca me ha importado ser iconoclasta, para lo bueno y para lo malo, pues como he dicho antes ahí arriba, que aunque intente ser lo mas objetivo posible sigo teniendo un gusto plenamente subjetivo, y mas de una vez he sentido la necesidad de abandonarme de lleno a el, llamadme hipócrita si queréis, yo prefiero llamarme humano.

Pero basta, basta, hablemos de Miss Daisy, ¡cojones ya!


La señorita Daisy es una profesora jubilada judía, cascarrabias y antipática que tras estampar su coche contra la parcela del vecino en el minuto uno de la película, su hijo decide contratarle un chófer negro, afable, bondadoso y cándido. Al principio, la antipática actitud de la señorita Daisy pondrá a prueba la casi infinita paciencia del chófer, pero conforme transcurre la película esta actitud ira dando paso a una amistad que se prolongara por muchos años.

Si las miradas matasen, Morgan Freeman estaria decapitado...
¿Ya esta, me diréis, esa es la historia? Pues en gran medida, si, esa es la película, una simple historia de amistad, sin más pretensiones que esas. Posiblemente ese sea el mayor defecto que ve la gente en esta película, que para tratarse de una galardonada con el Oscar a Mejor Película, considerado internacionalmente como el máximo premio que puede recibir un filme, no tiene una trama acorde al galardón. Y me imagino que ese fuese el año para películas como El club de los poetas muertos o Nacido el cuatro de Julio sea algo imperdonable. Sin embargo, yo me he limitado a ver la película, obviando sus premios, solo me he centrado en lo que es y… la verdad es que me quede bastante sorprendido.

Lo siento, de verdad que lo siento... xD

Sin ir mas lejos, el reparto me parece excelente. Jessica Tandy, ganadora del Oscar a la mejor actriz principal aquel año, se marca un verdadero papelón interpretando a la señorita Daisy. La anciana Daisy es de las mujeres más odiosas que pueda uno imaginar: es arisca, es desconfiada, tiene quejas para todo y para con todos, y es más áspera que el papel de lija. Y, sin embargo, no pude no encontrarla tierna y su mala uva muy agradable y simpática que, aunque resulte paradójico, creo que cualquiera que tenga una abuela de este estilo lo entenderá, es difícil odiar a alguien tan odioso y a la vez tan adorable, mas si entendemos algo el pasado y la verdadera naturaleza de la señorita Daisy. Y no hablemos ya de Morgan Freeman, el hombre de las cuerdas de acero y la voz de Dios en la tierra, que si bien no esta en esta película al cien por cien de sus capacidades, porque la trama tampoco se lo permite, es también increíblemente disfrutable. Su personaje es tan cariñoso, cándido y bonachon que si que es imposible no tenerle afecto y, sobretodo, no envidiar la prodigiosa paciencia que le tiene a la señorita Daisy. El contraste que se forma entre ambos personajes no me pareció en ningún momento forzado como al principio me imagine que seria, me sorprendió incluso lo natural que fluía esa relación, aun con sus habituales golpes de efecto algo forzados, a mi parecer, pero esto no es cine iraní, ni le pido que lo sea (ni quiero que lo sea, por Dios). Además, como la película discurre a lo largo de muchos años, esa amistad es mas autentica, porque, ademas, esta es de las pocas películas en que si he notado satisfactoriamente el paso de los años, un verdadero logro para su  hora y media de metraje; es mucho mas de lo que puedo decir de películas como 12 años de esclavitud, donde el paso de los años no se nota, por lo menos no dentro de la película… Ah, también sale Dan Ackroyd interpretando al hijo de Miss Daisy, y este muchacho si tiene una hostia bien dada en la cara, ni los momentos en que es simpático le salvan, ni a él ni a su mujer, ambos me parecen igual de abofeteables.

Miss Daisy renovó su carnet, y el mundo se fue a la puta


Esto es, para mí, la película, una modesta historia de amistad muy bien ejecutada, sin mayores pretensiones, correcta en todo su desarrollo, muy tierna y emotiva, con personajes muy carismáticos y entrañables, que tuvo la mala suerte de recibir el Oscar equivocado. Imagino que los intentos frustrados de meter un contexto racial (la peli ocurre en los 50-60) a la cinta la hicieron mas atractiva a la Academia a la hora de dar su veredicto, pero no lo se. Aunque me apuesto a que si ese año el Oscar hubiera ido a parar a El club de los poetas muertos esta hubiera sido considerada hoy en día como un dramón efectista, o si se lo hubieran dado a la de Oliver Stone un Platoon descafeinado o la americanada de turno. O, quien sabe, quizá incluso más de uno reclamaria el Oscar para Paseando a Miss Daisy. Al final, el listo de la clase siempre pondrá el  termino sobrevalorado a cualquier cosa, el día en que todos estemos de acuerdo en este mundo estaré muy aburrido.
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